Hace justo cinco años, me encontraba escribiendo un artículo que alertaba sobre un peligro, cada vez de mayor envergadura, el de la creciente tendencia a la psicología positiva. Hoy este problema, dada su repercusión social, necesita, más que entonces, de una revisión clínica.
Todos conocemos a alguna persona cercana que ante las dificultades, los conflictos, o los problemas de la vida, nos enviste, invariablemente, con una respuesta automática, digna de las galletas de la fortuna: “ lo que crees, lo creas”...”todo es amor, el amor fluye y yo soy amor”.
¿Son estas actitudes saludables? ¿Es, acaso, este tipo de pensamiento el que la psicología real recomienda? La respuesta es no. Invariablemente, no.
Detrás de estas personas, no nos encontramos ante el caso de seres humanos que hayan logrado evolucionar
psicológicamente, como fruto de un trabajo profundo, real e interno de maduración psicológica, que les dote de mayores recursos cognitivos, emocionales y conductuales para vivir y gestionar la realidad.
Si no, por el contrario, nos encontramos ante la realidad de un pensamiento dogmático, que como en las religiones, nos lleva a basar nuestro bienestar emocional y psicológico en una suerte de fe, de pensamiento mágico y sobre todo, de la negación y castración de los aspectos de la realidad, que nos representan conflicto interno y que por su incomodidad, nos decidimos a suprimir, negar y ocultar.
Y esto, no solo no es sano, si no que nos aboca a la desgracia, porque nos vuelve dependientes de aspectos que no controlamos y de la expectativa de algo muy irreal.
¿Son estas personas más buenas y optimistas? Podríamos decir que no, son personas con menor madurez psicológica, en tanto que se niegan a aceptar la complicación de la realidad y buscan fórmulas que les ahorren pasarlo mal, incluso, cuando es muy necesario.
Personas que, en términos generales se manejan en la polaridad de lo bueno y lo malo, para ellos el conflicto, y las emociones negativas son, no solo desagradables si no algo, que necesitan extinguir, para poder sentirse bien.
Por lo tanto, terminan por no hacer una buena gestión de su mundo emocional, ni pueden conectar adecuadamente, desde una actitud de #empatía saludable, con el otro, que se encuentre en problemas. Ya que, todo lo más, que podrán ofrecer, serán invitaciones a castrar sus emociones negativas, negar el conflicto y adherirse a esa fe “de un mundo rosa”.
Es, precisamente, a resultas, de una configuración social cada vez más #hedonista, que nos encontramos con individuos que pretenden sentirse mejor, con un mínimo esfuerzo. De ese modo, la psicología, cada vez, ha sido más contaminada, por asuntos como la fe, la astrología, y la metafísica, dando lugar a trasuntos, donde la psicología ya no existe, y todo lo que queda es dogma.
Es conveniente recordar que las emociones negativas, no son negativas, si no por el contrario, necesarias y positivas. El problema de las mismas radica, en hacer una adecuada gestión de ellas, lo que implica un trabajo profundo, pero el problema nunca en su existencia.
En el positivismo nos encontramos ante un sujeto con escasa tolerancia a la realidad y a la frustración. Que prefiere, una gestión emocional tóxica: pues, está convencido de que lo correcto son estrategias poco saludables.
La salud mental consiste en que el ser humano esté, lo más y mejor adaptado posible a la realidad. Esto conlleva, no distorsionar la realidad, ni en negativo, como lo hace el #depresivo, ni en positivo, como lo haría el #hipomaniaco o el “positivista”. Hablar de psicología positivista, es hablar de distorsión y por tanto, es un oxímoron. La psicología positiva no es #psicología.
La salud mental se caracteriza por la flexibilidad cognitiva, en el positivismo lo característico es una rigidez mental, emocional y conductual, que dirige y fuerza al individuo, de manera irreflexiva, a aferrarse a los aspectos que le ayudan a sentirse mejor en el corto plazo, pero, que la mayor parte del tiempo, carecen de fundamentos lógicos y le abocan a la falta de #resiliencia y, a una interpretación del mundo, de sí mismo y de los otros, distorsionada.
El #amor, que es la fuerza vital implorada por estas corrientes positivas, como una llave universal de soluciones mágicas, termina convirtiendo al amor en el mayor ejercicio de inmadurez e irresponsabilidad. El amor no fluye, no somos amor. Somos seres humanos con diferentes emociones, pensamientos, necesidades y deseos, que debemos aprender a sanear e integrar todo esto, para convertirnos en personas equilibradas y responsables, capaces de reconocer nuestros defectos y limitaciones, nuestros miedos y errores, y tratar de ofrecer cada vez, un amor más sano y responsable. El amor se piensa, el corazón late.
Las creencias que buscan soluciones fáciles o mágicas a problemas complejos, solamente, nos alejan de la salud y la #felicidad.
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