El miedo a sentir: Vivir sin alma
- Sara Rico Solera Psicología
- 18 abr
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 24 abr
Una de las cosas que quiero valorar cuando recibo a un paciente en consulta es ¿qué queda aún de su alma? Puede que esto sorprenda a quien considere que el alma es una quimera de los creyentes y practicantes de alguna religión, pero no es esta mi apreciación como psicóloga.
Latir en concordancia con lo que es genuinamente sagrado en la vida, desde la integridad y el respeto, es algo que hace cada criatura viviente en la naturaleza y es preciso saber cuánta, de la artificialidad creada por los seres humanos, nos ha arrebatado de nuestro ser más puro. Porque aunque la pérdida puede acaecer sin darnos cuenta, nos lleva a vivir -no digo sin éxito- pero sí, sin rumbo y sin esencia.

Hay quienes creen que lo peor que puede sucedernos es sufrir o fracasar. De hecho, todos los mantras y hashtags de nuestra sociedad hiperconectada aseveran esta idea y promueven liberarnos del dolor para obtener lo que llaman éxito: atravesar la vida como una linde triunfal de placeres y alegrías.
Yo creo que lo peor que nos puede suceder es perder el alma. Perderla para siempre. Porque puede existir un "no retorno".
Y aún peor, hoy es fácil que lo que suceda, pase por perderla caminando en la búsqueda ciega hacia la felicidad: en la inconsciencia de integrarnos en prácticas, relaciones, ritos, circunstancias, satisfacciones, entornos, elecciones y modos de supervivencia que nos degraden, de modo tal, que la única forma de reencontrarnos con nosotros mismos en el silencio de nuestra soledad, sea matando nuestra voz interna.
Sin mirarnos, de veras, a la cara.
Sin alma uno acelera la velocidad y desprecia lo improductivo. Uno se vuelve acción, efecto, ruido, imagen y productividad. Sin alma uno daña porque su existencia carece de consciencia y delicadeza. Sin alma, uno es un sarcofago -quizás precioso- pero igualmente vacío. Uno solo es ego. Y entonces, siempre se quiere más, porque se siente el pálpito angustiante de lo que falta, aunque se crea tener todo.
Las Redes Sociales aceleran ese proceso, incluso lo convierten en divertimento ocioso y fuente de satisfacciones inmediatas que obturan la más mínima interpretación de este drama. No es de extrañar que la exhibición crónica sea el síntoma de una sociedad fracasada que se aleja de la cordura como un globo al que se le suelta el hilo. Y entonces, uno es el artista de su propia degradación.
La brutalidad, la falsa sensibilidad que es histrionismo en acción y exhibición, la humillación, los likes y la relevancia: ganar a quién sea y lo que sea, es la seña identitaria de aquellos que no están en paz consigo y se entregan a la hiperactividad como exorcismo, ante un malestar, siquiera esclarecido: no poder reposar en la quietud del alma, cuando el alma no está disponible.
El mundo ha cambiado mucho, las necesidades de un ser humano sano, no tanto. La paz del alma, hoy, es el auténtico lujo. Tener una vida plena es el triunfo en nuestar era.
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